por José Carlos Rodrigo Breto

Este año se fallaron dos Premios Nobel de literatura   a causa del escándalo sexual  que llevó a su anulación en 2018. Así que, en un intento de recuperar el prestigio perdido, con nuevas reglas y un renovado comité de expertos, se premió a la polaca Olga Tokarczuk y al austriaco Peter Handke  como ganador del 2019. Pero tal esfuerzo por reparar la reputación del galardón se ha visto comprometido por la polémica desencadenada con Handke. Por este motivo, hoy os traemos un acercamiento a la figura de este escritor tan genial como conflictivo.

Peter Handke es un autor de amores y odios, más bien de odios, me atrevería a decir. Su obra no deja indiferente a nadie. Siempre resulta incómoda desde las propuestas estéticas y suele ser provocativa para el público, de una ferocidad especial en sus piezas teatrales. Sin embargo, otras circunstancias extra literarias (que no sé si deberían entrar en juego a la hora de juzgar la obra de un escritor) son las que han puesto en duda lo justo de haberle entregado el preciado Nobel.

Todo puede significarse en un acontecimiento: el 18 de marzo de 2006 fue enterrado Slobodan Milošević , ex presidente de Serbia, y al sepelio acudió Peter Handke, que incluso pronunció unas palabras en honor del fallecido. Milošević fue un dictador, y su fallecimiento se produjo en la prisión de La Haya (en donde Handke le había visitado varias veces) a causa de un paro cardiaco. Se encontraba en mitad de un juicio en donde se le acusaba de haber planificado los horrores de las guerras yugoslavas  de los noventa y el genocidio en Bosnia , y los cargos eran de crímenes contra la humanidad.

A la ceremonia llevada a cabo en el jardín de la casa natal de Milošević, inhumado bajo un tilo, y que tuvo lugar en mitad de la nevada que caía en Pozarevac, a 70 kilómetros de Belgrado, no asistieron ni los representantes del Gobierno ni sus propios familiares; su mujer estaba escondida en Moscú y sus hijos no aparecieron por miedo a ser detenidos. Sin embargo, Handke no faltó.

Su amistad con Milošević y su presencia en el entierro fueron la consecuencia de su oposición a los ataques de la OTAN durante la guerra de los Balcanes. Entonces, fue señalado como partidario de la causa de Serbia en detrimento de las posturas de Bosnia y Kosovo, defendiendo, de esa forma, la llamada limpieza étnica que el presidente Milošević llevó a cabo sobre la minoría albanesa kosovar.

Hasta aquí el problema político. Hasta aquí el asunto que levanta ampollas: Handke, el nuevo premio Nobel de literatura había sido acusado, incluso, de negar la matanza de Srebrenica  , algo que el escritor desmintió durante una estancia en Madrid, asegurando que se limitaba a manifestar en sus libros una visión diferente a la narrativa de los vencedores y a poner en pie un relato del sufrimiento de los serbios. Para comprobar si esto es así, solo hay que consultar Un viaje de invierno a los ríos Danubio, Save, Moravia y Drina o Justicia para Serbia 

Que cada cual extraiga sus propias conclusiones. La pregunta que nos asalta, de inmediato, es si un escritor, que tal vez pueda ser reprobado moralmente por sus opiniones y posiciones éticas, anula con ese comportamiento toda la validez de su obra literaria. ¿Se puede aislar al autor de su vida particular? ¿Debemos juzgar sus textos por su conducta como persona? Los casos de Knut Hamsum  (premio Nobel noruego simpatizante de los nazis) o de Louis Ferdinand Céline  (colaboracionista con los nazis en Francia y tachado de antisemita) son muy ilustrativos. Dada la personalidad política de ambos, ¿hay que negar la genialidad y la enorme influencia en la narrativa contemporánea de dos obras maestras como Hambre o el Viaje al fin de la noche 

El premio Nobel otorgado a Peter Handke es una muestra de esa extraña y poco habitual justicia literaria. Durante años segregado y estigmatizado por los motivos anteriormente expuestos, la inmensa magnitud de su obra merecía este reconocimiento valiente por parte de un comité que buscaba recuperar su credibilidad galardonando a una literatura de calidad. Puede ser que Handke haya cometido grandes y graves errores políticos, pero eso pertenece a su vida particular y privada como persona, nunca como escritor, que es el asunto que se juzga.

Como escritor, Handke nos ha legado una obra de indiscutible valor, empezando por la novela El miedo del portero al penalti  , publicada en 1970, en donde ahonda en la incomunicación y la pérdida de identidad, hasta la alienación del individuo, de toda una sociedad que no es capaz de entender y asimilar los horrores de la Segunda Guerra Mundial. El mundo en derribo que aparece en el libro se refleja mediante el automatismo y la percepción desalmada del antiguo portero de fútbol Bloch, que en íntima relación con el Mersault  de Camus,  comete un crimen sin saber el motivo y deambula socialmente como un alma en pena.

A esta novela  imprescindible para la narrativa centroeuropea de la segunda mitad del siglo XX podemos añadir otro buen montón de libros necesarios: desde su debut en 1966 con Los avispones , pasando por los ya clásicos Carta breve para un largo adiós  (1972), Desgracia impeorable  (1973), El momento de la sensación verdadera  (1975), La mujer zurda  (1976), El chino del dolor (1983), La tarde de un escritor   (1983), El año que pasé en la bahía de nadie  (1994), En una noche oscura salí de mi casa sosegada  (1997), Don Juan contado por él mismo  (2004) —una deliciosa deconstrucción del personaje mítico— La noche del Morava  (2008) o su Ensayo sobre el cansancio  (1989) y las obras de teatro Insultos al público (1966) y Gaspar (1967), sin olvidarnos de sus cuadernos de viajes y anotaciones, que incluyen muchas y variadas reflexiones sobre España, como por ejemplo Ayer, de camino (2005).

Además, Handke es poeta: provocativo, como en todos los géneros que cultiva, e innovador. Su obra poética completa fue publicada por Bartleby en un volumen titulado Vivir sin poesía (2009).

Junto al problema de la identidad, del desarraigo, y del extravío, Handke trata en sus trabajos literarios de presentar una idea estética: la llamada Nueva escuela de la subjetividad, de la que se ha convertido en uno de los autores más importantes. Esta propuesta busca la exploración del abismo interior que se alberga en el ser humano, sus miedos, su soledad, pero no mediante la introspección, sino reflejando las relaciones del mundo oscuro e interno de los personajes con la realidad que los rodea. En ese aspecto, su personaje del portero Bloch es un gran ejemplo de este tipo de percepción.

La nueva subjetividad se alimenta de un estilo minimalista y fragmentario, muchas veces complejo para el lector, pero que sin duda le ha valido a Handke el Nobel. Tal y como manifestó el comité al anunciar el premio, el influyente trabajo del austriaco ha explorado la periferia y la especificidad de la experiencia humana. Solo queda rubricar esas afirmaciones y celebrar que se cumple la máxima, por una vez, de la justicia literaria. Y también el axioma, cada vez menos practicado, de que es el premiado quien dota de prestigio al premio. Con Peter Handke se logra todo eso. Lo demás es política.

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