por Miguel Pérez de Lema

Ramón Gómez de la Serna

En la preparación de este comentario sobre Ramón ha surgido la pregunta incómoda: ¿Pero tú crees que a estas alturas le interesa a alguien Gómez de la Serna?

Y de esa incomodidad surge le necesidad de proclamar que sí, o mejor, que debería. Y que en todo caso, aunque muchos no lo sepan, Ramón, el ramonismo y su espíritu, siguen vigentes como parte de los padres fundadores de la modernidad, la posmodernidad y cualquier tipo de actitud creativa independiente.

Probablemente en este momento el fenómeno más popular y representantivo de nuestro tiempo (sin que podamos juzgarlo tanto por su extensión como su cercanía en el tiempo) sea el de esos muchachos que transmiten desde sus habitaciones a través de Youtube o Twitch. Los hay de todo tipo, con más o menos ingenio, pero entre ellos se destacan claramente algunos que (sin necesidad de tener la menor conciencia de ello) contienen algo ramoniano: humor, personalismo, desacato a los géneros, autoreferencia, improvisación…

Para explicar que esto es algo más que una afinidad inconcreta, aclaremos que en 1927, Ramón realizaba desde su torreón de la Calle Velázquez, a través de un micrófono de Unión Radio instalado allí, su propia emisión, llamada “Parte del Día”. En 1927 mucha gente ni siquiera tenía receptor de radio en sus hogares.

A esto podríamos añadir, incluso, la escenografía, el ámbito, ese horror vacui de objetos que rodea a los youtubers, los define y los “protege”. Imposible no relacionarlo con el “estantiferismo”, uno de los ismos que ramón detectó y explicó en su libro sobre las vanguardias, y del que él era máximo ejemplo. Su estudio de Velázquez, y después de Buenos Aires, (y que en parte se conserva y se expone hoy en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid) estaba atestado de objetos heterogéneos desde el suelo hasta el techo y sus paredes formaban un collage continuo de imágenes recortadas de revistas. Miren ustedes el escenario de nuestros youtubers y verán una continuidad, líricamente muy pobre en los contemporáneos, pero directa con el precursor. Estética Pop antes del Pop, y mucho más.

Ramón Gómez de la Serna

No vamos a engañar a nadie afirmando que estas son las cualidades principales del ramonismo, más bien se trata de apuntar su descomunal fertilidad, su luminosidad de estrella alumbrando en todas las direcciones, para siempre. Como él explicó en el epílogo de su Automoribundia, “he vivido el mundo como si fuese tal como será algún día y por eso no me importa dejar al verdadero, al que suplantó a ‘mi mundo’ y que no es más que un mundo de estafa que envenena el agua que bebemos”.

Volviendo a los jóvenes de hoy, no es un disparate ver una actitud de huida del mundo similar a la ramoniana (incluida la fuga a Andorra, que quizá tiene más miga de lo que pudiera parecer). A esta generación le hemos cocinado una rispidez ambiental ante la que ellos se encastillan en su cuarto, matan marcianitos y viven un ensueño. Ramón y ellos vienen de los románticos.

Y tal como con los románticos, en el fondo, lo que cuenta es la actitud. La autoafirmación. Cuando a cierto diario de Madrid donde Ramón llevaba décadas publicando semanalmente sus mal pagadas colaboraciones llegó un director moderno, le comunicaron que seguirían contando con él pero que debía dejar las greguerías. Ramón contestó por carta “¡Greguerías hasta la muerte!” y, claro es, fue despedido.

Sus últimos años fueron precarios, casi olvidado y con muchas dificultades económicas. Sin embargo, en lo esencial, su actitud permaneció intacta. Su humor se volvió más negro y su visión del mundo más amarga, pero hasta el final logró vivir en la burbuja protectora de su propia estética. No fue domado. Resistió.

Su muerte en 1963 no ayudó a mantenerlo vigente. Llegaban en ese momento los aires de renovación al mundo que se acabaron imponiendo, y lo que se anunciaba como una ola liberadora cristalizó en una nueva estafa. La tiranía de “lo joven” se instauró perdiendo toda verdadera esencia de creativa actitud juvenil. Ramón, por el contrario, muchos años después de morir, sigue manteniéndola intacta.

Todo esto que estamos exponiendo, que nadie lo dude, no es mucho más que una pirueta para señalar que hasta en la más pequeña e insospechada arista del ramonismo hay interés, o debería. Que su grandeza seminal es inagotable. Los análisis genéticos dicen que uno de cada 200 hombres vivos es descendiente del conquistador mongol Gengis Khan. Enlazarlo con los youtubers tiene, sí, un poco de provocación, de desaforamiento. Pero eso, probablemente, sea también ramonismo.

Ese mundo “tal como será algún día” de Ramón, por otra parte, nunca llega y, por eso mismo, está siempre vigente. Siempre será necesario para las almas despiertas defender su propio mundo del mundo de estafa en el que se vive. Insistir en que esta generación de jóvenes se enfrenta a un mundo de estafa particularmente retorcida es redundante pero necesario. Más les vale construir su propia realidad, aprender a vivir en el confort de una estética propia, como muchos ya hacen, o serán solo una masa manipulable, la carne de cañón de un consumismo que encima les está vetado en sus más gozosas instancias. Y además, deberán aprender a hacerlo con conocimiento, porque el premio no vendrá de fuera sino solo de su propia conciencia: “Cuento lo que le sucedió a un escritor independiente como lección y escarmiento, y no porque me arrepienta de lo que sucedió, ya que si volviese a vivir volvería a repetir el mismo voluntario destino”

Acercarse a las 800 páginas de esta autobiografía tiene múltiples intereses. Automoribundia es mucho más que la reconstrucción de una vida, es más bien la justificación de esa vida autoafirmándose en la libertad del arte y en la guerra solitaria contra la mediocridad del entorno “la realidad que descalabra”, en palabras de Ramón. Todo artista o soñador se identificará con ella, o debería.

Página sobre Ramón: ramongomezdelaserna.net
Programas Ayer, de Radio Exterior sobre Ramón:
TVE a la carta
Tve a la carta (2)
Edición automoribundia: Marenostrum Editorial

Gregueria Ondulada (1927) de Ramón Gómez de la Serna

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