por Marisol Oviaño


Ayer, en el taller de escritura surgió una cuestión: ¿es lícito que un autor ponga  su destreza literaria al servicio de una ideología para colárnosla de extranjis sin hacer en ningún momento referencia a ella? (En este caso, hablábamos de la ideología de género).

Aunque el debate era interesante, no nos extendimos demasiado porque había mucho que corregir y, aun así, terminamos una hora más tarde de lo previsto.

Yo defiendo a muerte que los escritores escriban lo que les dé la gana, pero, también, que los críticos deberían desvelar esos trucos que quizá a un lector medio le pasen desapercibidos. Ya por la noche en casa, retomo la lectura de #trigolimpio, de @juanmagil (@seix_barral) y me encuentro esto:

“Tengo muy presentes unas palabras que leí al gran poeta norteamericano Wallace Stevens sobre la tarea de escribir. Son estas: «Uno puede hacer lo que le plazca; sin embargo, todo importa». Mi entorno más cercano sabe que, si bebo más de dos cervezas, amenazo con tatuarme ese principio activo, aunque la piel del bíceps no me alcance. Ellos lo viven como una maldición familiar, y yo, como un deseo atascado en el desagüe. Procuro que mi escritura nazca de la libertad en la que sostiene ese «hacer lo que le plazca», y no dejo de torturarme con la idea de que «todo importa». En ese equilibrio busco una armonía que, desgraciadamente, se suele mostrar esquiva y tacaña conmigo”.

(En la foto, varios de los alumnos esperando que empezara la clase)

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