por Marisol Oviaño
Fotografía en contexto original: coloradocountyhistory


A una de mis alumnas su suegro le dejó en herencia unos cuadernos en los que él, animado por ella, había escrito su vida.

Él no era escritor, solo un anciano con una personalidad arrolladora que, al quedarse viudo, se puso a escribir para que no se perdieran sus recuerdos. Ahora, años después de su muerte, mi alumna se ha propuesto reconvertir esos apuntes en una novela como homenaje póstumo, sin más objetivo que regalársela a los demás miembros de la familia.

Al principio, el protagonista daba mucho juego, porque era un tipo con mucho desparpajo y salero que combatió en la guerra y que, después, pasó muchas fatigas hasta que consiguió un buen puesto en Madrid. Pero, a raíz de que la estabilidad llega a su vida, solo cuenta cosas intrascendentes y felices: viajes,  ascensos, comilonas… La memoria es muy traicionera y suele olvidar lo malo; además, los hombres —los que no son escritores— tienden a guardarse sus problemas y reflexiones para sí mismos. De modo que, a partir de un determinado punto, en las memorias heredadas apenas hay material interesante, y los capítulos de mi alumna resultan muy planos porque no hay conflicto.

Ella, que le trató y le quiso durante cuarenta años, sabe que, como en todas las vidas, en la de su suegro hubo cosas que le quitaban el sueño. Asuntos que ella sabe de primera mano porque lo habló con ella en diversas ocasiones, pero que no dejó reflejados por escrito. En clase hemos estado hablando de ello para ver cuáles podríamos utilizar para generar ese conflicto que le falta a la novela.

Si fuera una obra de ficción, podría inventar muchas situaciones conflictivas: la llegada de una secretaria que despierta su deseo, problemas con los compañeros, con los hijos… Pero como el propósito es dar fe de una vida que ya está escrita, mi alumna no puede conceder ninguna licencia a la imaginación. Tampoco poner en su boca cosas que no están en el cuaderno y que, además, podrían indisponer a algunos miembros de la familia de su marido contra ella.

La única opción que nos quedaba era que ella metiese comentarios de su propia cosecha. Lo malo es que, hasta ahora, ha estado utilizando un narrador omnisciente.

—¿Y si, a raíz de que entro yo en su vida, escribo en primera persona?
—Bueno, podríamos hacer dos partes: la primera con un narrador omnisciente y la segunda en primera persona. Podríamos ver qué tal queda. Aunque creo que el problema sería el mismo, porque ¿introducirían tus reflexiones conflictos que puedan molestar a algún miembro de la familia?
—Ya —ha asentido con semblante preocupado—. Creo que voy a tener que pensármelo.

No penséis que este problema se debe a que su novela se basa en lo que  escribió el protagonista, es un tema recurrente siempre que se escribe sobre los parientes. Por eso es importante que, antes de abordar una novela de este estilo, sepáis que tendréis que elegir entre buena literatura o buenas relaciones familiares.

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