por José Carlos Rodrigo Breto

La obra de Cărtărescu es ingente, casi inabarcable, y el cronotopo que despliega en ella resulta tan característico que está llamada a pasar a la posteridad de la literatura. Leerlo es sumergirse en un mundo de realismo mágico a la rumana, en donde los recuerdos de la niñez crean una especie de cápsula de sueños, los terrores aparecen como estilemas bien definidos —insectos, grandes construcciones arquitectónicas, enormes estatuas, pesadillas, juegos infantiles que ocultan un doblez demoníaco—, y todo ello conforma una especie de cigoto retórico, de huevo cósmico narrativo que termina por estallar en páginas de fascinante literatura.

Si empezamos por el principio, descubrimos que Cărtărescu, como casi todos los escritores, se considera poeta por encima de todo, pero reconoce que tal vez no sea muy afortunado en este género. Nos proporciona algunas historias sobre sus decepciones poéticas en su obra maestra Solenoide , lo que no quita para que sus inicios como autor reconocido eclosionaran al abrigo de los versos.

De esa etapa lírica nos ha legado El Levante , de 1990, un libro peculiar por su contenido y por su gestación. Su editorial en España, Impedimenta, nos informa de ese proceso creativo: Mircea Cărtărescu comenzó a escribir El Levante en 1987, cuando era un amargado profesor en una escuela de barrio en Bucarest. Recién casado y con una hija pequeña, escribía en la cocina, en su máquina de escribir Erika, sobre un mantel de hule; con una mano tecleaba y con la otra mecía el cochecito de la niña.

El Levante es una epopeya escrita en siete mil versos alejandrinos que fue remodelada por el propio autor para convertirla en una prosa poética algo extraña pero fascinante, algo que anuncia las dos características que vestirán su prosa posterior. Por cierto, El Levante es lectura obligatoria en los institutos rumanos.

Extraño y fascinante es su libro de relatos Nostalgia, de 1989, (que en realidad esconde dos novelas breves o eso que en Europa se suele llamar nouvelle). Nostalgia se abre con uno de los mayores logros del autor, El ruletista , un relato perfecto, especialmente indicado para iniciarse en la lectura de Cărtărescu. Después, aparece un relato muy borgiano, El Mendébil, y le siguen las dos novelas breves: Los gemelos y otra de sus cimas, REM, para cerrarse la obra con el relato El arquitecto.
Nostalgia es un prodigio de la narración. No puede calificarse de otra manera. Ni es necesario hacerlo. Simplemente, hay que atender a los recursos, infinitos recursos, empleados en el libro, que se desbocan en REM.

Así que tenemos a un autor que ha escrito poesía y relato, incluso novela breve. ¿Pero qué hay de la gran narrativa?

Aquí, en la narrativa de largo aliento, Cărtărescu demuestra ser un genio. No digo que sea un maestro, sino un genio, La prueba es Solenoide (de 2015, yo creo que sigue siendo su mayor logro) o el tríptico Cegador (escrito en tres entregas, 1996, 2010 y 2007), del que hasta ahora solo podemos disfrutar de su primera parte, El ala izquierda. Cegador,I.

El Premio Nobel de Literatura, aunque muchos lo crean así, no se concede a un libro determinado, sino al conjunto de una obra. Sin embargo, a veces ha pesado la calidad inconmensurable de un libro sobre el resto de la obra de un autor. Un ejemplo muy claro es el de 1982, concedido a Gabriel García Márquez . Es un premio, fundamentalmente, a la novela Cien años de soledad ; o el caso de Borís Pasternak y El doctor Zhivago (Nobel en 1958). Y hay muchos casos más.

Quiero decir que, con Solenoide, a Cărtărescu ya le valdría para obtener el Nobel, porque nunca he leído algo igual. Es un despliegue de literatura de tal magnitud que, incluso, puede acabar por desbordar al lector. El cosmos del autor, siempre esa ciudad de Bucarest derrotada, oxidada y con regustos de la infancia, se convierte en un legado literario a la altura del Macondo de Márquez o de la Comala de Juan Rulfo.

Cărtărescu ha construido un territorio mítico en donde desarrolla toda su perspectiva narrativa, erigiendo una visión estética incomparable, que por momentos roza el éxtasis en el primer volumen de Cegador. Nunca he leído una batalla entre el bien y el mal como la que se describe en ese libro. Jamás he experimentado un final como el que nos ofrece en esta obra: toda la narración se va tensando, como si fuera de vidrio, o una fina lámina de caramelo, para estallar como una supernova.

Aquí radica la clave de estas obras. Solenoide y el primer volumen de Cegador son como galaxias, enormes textos que emiten una luz deslumbrante (no lo puedo evitar, también cegadora), pero que se cargan de elementos siniestros como agujeros negros. Lo de Cărtărescu es toda una cosmogonía, también una arquitectura catedralicia barroca, que alterna fases de lucidez con periodos oníricos, como buen representante de ese movimiento genuinamente rumano que es el onirismo .

Estos son algunos de los inconmensurables componentes que constituyen la narrativa del mejor escritor rumano de la historia (ya sé que están Mihai Eminescu , Mircea Eliade o Mihail Sebastian , entre otros muchos, pero Cărtărescu los supera a todos). Por eso, no sería de extrañar que escucháramos su nombre en algún próximo Nobel. Pero si no lo pronuncian, el problema será de ellos. Nuestra lectura de Cărtărescu siempre va a ser gozosa, luminosa, con sus tramos angustiosos de oscuridad y, sobre todo, increíblemente sorprendente. Y en la capacidad de sorprender radica una de las principales virtudes del escritor de verdad, ese que nos alimenta de gran literatura.

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