por Marisol Oviaño

Uno de esos días de invierno en los que a las seis de la tarde es de noche, una mujer asomó la cabeza por la trinchera proscrita.

—Ahora tengo prisa y no puedo entretenerme —dijo desde la puerta—. Pero no he podido evitar pararme para decirte que tienes la tienda más bonita del pueblo.

Proscritos es un lugar acogedor, y los libros siempre propician la conversación. Algunos clientes vienen sin una idea definida, no sé lo que me apetece leer; otros deben hacer un regalo y no saben qué llevarse, le gusta mucho la novela negra; y los habituales me descubren escritores que hay que leer. Pocos pasan por aquí, cogen lo que quieren, pagan y se van: la inmensa mayoría se queda a charlar un rato. Desde el punto de vista humano, es un auténtico placer. Desde el punto de vista comercial, es mi valor añadido.

Ayer estaba inmersa en una corrección complicada cuando entró un hombre que debía de rondar los sesenta.

—Hola, buenos días —saludé levantando la vista de la pantalla.
—Hola. ¿Le importa que eche un vistazo?
—No, claro. Si necesita que le ayude, sólo tiene que decirlo.

Volví a la corrección, para que no se sintiera observado y para adelantar un poquito el trabajo. Pero no dedicó ni cinco minutos a curiosear, ni siquiera llegó a tener un libro entre las manos.

—¡Qué valentía hay que tener para abrir una librería en estos tiempos! —exclamó volviéndose hacia mí desde la estantería de ilustrados.
—Sí, eso dicen —sonreí.
—Además, esta es preciosa.
—Gracias.
—Aunque yo creo que el futuro es del libro digital. ¡Yo mismo llevo años sin comprar un solo libro de papel! —exclamó muy ufano— Pero años, ¿eh? Lo menos diez.

¡Mira qué bien!, me dije preguntándome qué esperaba que respondiera a eso. Pero él no necesitaba que yo interactuara, ya estaba lanzado. Debía de ser otro más de esos prejubilados que entran en los comercios sólo para pegar la hebra un rato.

—Lo leo todo en el ebook de Amazon, pero todo, todo —continuó—. Es muy cómodo: te caben un montón de libros, puedes llevártelo a todas partes… Vamos, donde esté la tablet, que se quite el libro físico.

Lo peor de todo era que aquel buen hombre me sonreía abiertamente, buscando mi complicidad. Sentí que debía responderle en nombre de todos los libreros del mundo. Por mí y por todos mis compañeros.

—Sí, es comodísimo —sonreí dándole la razón—. Y más barato.
Él asintió con entusiasmo.
—La única pega es que con Amazon no puedes hablar —suspiré socarrona—. Si quieres charlar, tienes que venir aquí.
—Pero es que el libro digital es tan cómodo… —insistió, inasequible a la sutil pullita que le acababa de soltar— Ya le digo, llevo años sin comprar un libro. Pero me encanta que siga habiendo este tipo de tiendas.

Hasta un niño de Infantil sabe que las librerías viven de vender libros, y durante un segundo sentí la tentación de hacerle ver la incongruencia de sus palabras. Pero no lo hice.

—Ya nadie debe comprar libros de papel, ¿no?
—Hombre, mis clientes sí. Normalmente, a los grandes lectores les gusta más el libro de papel.
—Hasta que prueben el ebook —remachó con una mueca compasiva.

Ya le había dedicado diez minutos de mi precioso tiempo en mi precioso local —que mi dinerito me cuesta mantener abierto—, y la corrección no iba a hacerse sola. De modo que me limité a encogerme de hombros, esperando que comprendiera que ya se había cerrado su ventana de oportunidad.

—Es una pena que estén desapareciendo todas las librerías —suspiró.
Nada, que no se iba. Y la corrección sin hacer. Ni se moría padre ni cenábamos.
—Bueno —dije con una sonrisa al fin—, todavía quedarán las carnicerías.
Me miró sin comprender.
—Siempre podrá ir a contarle al carnicero que usted no compra carne porque es vegetariano.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies