Muchos meses, demasiados creo yo, son los que llevamos soportando una alergia pertinaz de estornudos, toses, lloriqueos y ahogos. A ver si va a resultar que la alergia no es primaveral, sino una reacción defensiva ante los espantos que nos rodean, esos que últimamente son demasiado cotidianos…
Cada mañana, cuando me enfrento a la salva obligatoria de estornudos y angustias, me pregunto si se trata de una reacción provocada por la estupidez generalizada que entra por la ventana, se derrama en las redes sociales, asoma por el televisor o, simplemente, se pasea por la calle.
En efecto, quizás sea una alergia a todo eso, que es como decir que se trata de una alergia a una cosa sola: al ser humano. Porque los seres humanos somos cada vez más gilipollas. O tal vez siempre hayamos sido así, y ahora estemos tan hartos que ya no lo soportamos.
No soy ni un Sartre ni un Camus con la capacidad para refugiarme de nuestra estupidez detrás de un ego salpimentado de filosofías, ni un Dylan Thomas parapetado tras la botella, ni siquiera un influencer de cabeza hueca encastillado en esa novela que alguien le ha escrito para entontecer a sus miles de seguidores.
Por eso, porque no soy ninguno de ellos, creo que el remedio a la terrible alergia existencial que me persigue, que nos persigue a muchos, puede encontrarse en aquella frase de Cesare Pavese sobre entender la literatura “como defensa ante las ofensas de la vida”. Tal vez, hundirnos en la lectura de algún libro reparador sea la fórmula magistral que pueda calmar nuestras alergias provocadas por las oleadas de estupidez humana que nos rodean.
Lo tengo tan claro que creo que deberían recetarse lecturas y libros en las consultas de la Seguridad Social. Nos recibiría nuestro apático médico de cabecera con el desgastado “¿qué le pasa?”, y cuando le hubiéramos contado nuestros males, tiraría de receta y prescribiría una “muerte de Ivan Ilich”, de Tolstoi, para el pesadito que está siempre en el médico, al menor síntoma de resfriado, o el “retrato del artista adolescente”, de Joyce, para el muchacho hiperactivo; incluso, “En busca del tiempo perdido”, de Proust, para todos aquellos que solo sabemos vivir, y mirar obsesionados, la caja de caudales de nuestro pasado ulceroso.
Nos extendería la recetita, y al salir de la consulta se nos ofrecerían diferentes puestos de libros con todo tipo de volúmenes, desde ediciones de lujo hasta libros usados y de segunda mano, en donde poder adquirir nuestras medicinas.
Esa tarde, en casa, leyendo los remedios ordenados por los médicos, muchos encontraríamos calma a las alergias, porque, al fin y al cabo, nuestras alergias no son más que angustias del corazón. Y de eso, de angustias y corazones, la buena literatura, la que es grande de verdad, sabe mucho.
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