Asombro y desencanto, publicado por Libros del Asteroide, recoge dos viajes de Jorge Bustos (Jefe de Opinión de El Mundo). Uno por la ruta cervantina de Castilla, que ya hiciera antaño Azorín, y otro por Francia. Muy recomendable para los amantes de la buena prosa, la literatura y los viajes.
Pienso en estas cosas mientras conduzco camino de mi próximo destino. Pienso en tantos locos literarios que han venido después, de Emma Bovary a Ahab o Raskólnikov. Y en tantos autores que supuestamente sucumbieron a la tentación de estar tan locos como sus personajes. Como Robert Walser, que ingresó voluntariamente en un sanatorio mental y anunció: «Yo no he venido aquí a escribir, yo he venido a volverme loco». Y lo cumplió. O como Raymond Roussel, que cuando se sentaba a escribir un poema corría a las cortinas de su despacho porque estaba convencido de que la luz irradiada por su cuaderno deslumbraría a los paseantes de París. No es un grando más de la arrogancia: es un tipo de afección diferente.
Arde el día, como si la tierra hubiera dejado de girar. Me recibe Alcázar de San Juan con las campanas de la iglesia de Santa Quiteria tañendo de pura casualidad: quieren comprobar que no se han derretido. Santa Quiteria es una de esas iglesias barrocas ma nos troppo, de ese primer barroco que se llamó clasicista (en La Mancha hasta el barroco es austero). En la cercana plaza del ayuntamiento hay apostados un rocín y un asno: adivinad quiénes están subidos encima. Una incipiente obsesión por la iconografía quijotesca me obliga a parar el coche en mitad de la vía, bajar, con el motro encendido, tirar cuatro fotos al conjunto escultórico y volver corriendo al asiento del conductor, temeroso de estar entorpeciendo la circulación. Pero ese temor es una deformación nerviosa de madrileño: detrás no viene ningún coche ni vendrá en bastante tiempo. Podría haber seguido tirando fotos hasta fundir un par de tarjetas de memoria antes de que se presentase por allí algún conductor impaciente.
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