por Miguel Pérez de Lema
Proscrito. p.p. irregular de proscribir.
Proscribir. Desterrar o expulsar a uno del territorio de su patria. Prohibir el uso de una cosa.
J.Casares.
Proscribir. (Del latín “proscríbere”, de “scribere”; “ESCRIBIR”). 1. Antiguamente, declarar malhechor públicamente a alguien autorizando a cualquiera para matarle, y, a veces, ofreciendo premio a quien lo entregase vivo o muerto. 2. Desterrar. Echar a alguien de su patria por causas políticas. 3. Prohibir un uso y costumbre. “Una ordenanza prohibiendo el uso de disfraces por la calle”.
María Moliner.
El proscrito es el que tiene un uso o una costumbre prohibida, según los diccionarios. Hablamos aquí de un tipo de proscrito en particular, el escritor proscrito, y queremos verlo de una forma subjetiva, que es tal vez la única forma de que no se nos tome muy en serio y en consecuencia se pueda disfrutar de esta lectura.
El escritor proscrito es el que “siente” que tiene prohibido el uso o la costumbre de escribir, aunque se lo nieguen. Y por prohibido “entiende” todas las formas sutiles de prohibición: desaliento, precariedades, enfermedad, oídos sordos.
El escritor proscrito es el que tiene muy acendrado el uso de escribir pero siente que su ejercicio está mal visto, o es ignorado, o malentendido, o mal pagado, o poco valorado, de forma que seguir con su uso le es tan difícil como si estuviera prohibido. Suele acabar atormentado, con miedo de ser un paranoico que intuye una conjura impronunciable, pero real, de los demás, para no permitirle escribir.
El escritor proscrito se toma a sí mismo muy en serio y acaba sospechando que la indiferencia de los demás es intencionada. Lo más triste es que casi nunca es cierto, la indiferencia suele ser una virtud angélica, que aunque precipite en ocasiones desenlaces funestos, carece de deseo.
Una conjura es como un muro invisible, no deja evidencias del impedimento pero impide. Vaya que si impide. El escritor proscrito, decimos, “siente” que existe una prohibición real, aunque no dictada por un juez, porque siente el castigo. El castigo, las precariedades, son la causa de haber cometido el error de hacer lo que no debían: escribir.
Escribir, por ejemplo, “Una temporada en el infierno” sirve para pasar a la historia de la literatura, sólo para pasar a la historia de la literatura. El escritor proscrito es al que la vida le hubiera ido mucho mejor si no hubiera escrito lo que escribió, incluso mejor aún si no hubiera escrito nada. Y es además el que lo sabe, sabe que hay una conjura imprecisa, indemostrable, pero eficaz, y aun así sigue escribiendo aquello que no debe escribir. Es el causante de su propia desgracia y está hecho de la aleación de dos metales venenosos: culpa y rabia. Rabia por el fracaso y culpa por haber fracasado, por haber seguido voluntariamente el camino del fracaso.
El rasgo principal del Proscrito común está en los demás, que son quienes le declaran públicamente malhechor. Pero el Proscrito escritor es el que lo interioriza y sin que los demás le destierren de su patria –escribir- anota minuciosamente todas las contrariedades hasta entender que, de forma sibilina, tiene prohibido el ejercicio de escribir y que será castigado por realizarlo. El escritor Proscrito está advertido y aun así insiste, y paga las consecuencias: frustración, hambre, soledad, desconocimiento, extravío.
El escritor Proscrito no es, necesariamente, un escritor fracasado pero sí es siempre un fracasado que escribe.
Desde luego, no todo el que escribe y siente esa prohibición es un escritor Proscrito. Para muchos de los que la padecen, esa prohibición, esa dificultad, no es sino una caritativa y muy justificada manera de pedirles que no estorben, que no metan ruido, que se vuelvan a trabajar a lo suyo, o que busquen algún oficio decente porque no son ni serán nunca escritores.
Los escritores Proscitos son los que sí son escritores, y a los que de una u otra forma, a veces incluso de una y otra forma, se les quiere sacar de la pista, acosarlos hasta la tumba para que no escriban. Y una vez allí aplaudirles por haber escrito a pesar de todo. El escritor Proscrito es el manjar de los necrófilos.
La primera estrofa del poema “Birds in the night”, de Luis Cernuda, explica con claridad este asunto. En la última estrofa del mismo poema, Cernuda da la que nos parece más alta definición de eso que aquí llamamos escritores proscritos: “aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella”.
El escritor Proscrito tiene más o menos talento, depende de cada caso, pero posee siempre una voz propia y la lucidez de acertar cuando piensa que él tiene razón y los demás, las fuerzas y personas que le dificultan el escribir, no. El escritor Proscrito no es el loco que se cree Napoleón, es el loco que es Napoleón. El escritor Proscrito siempre enviará sus tropas a morir de frío en el frente ruso y perderá Waterloo. Busca su Waterloo. Y si no lo encuentra se lo inventa.
De la tercera acepción de “proscribir” en el María Moliner, podemos tomar literalmente la frase de ejemplo que el azar ha dispuesto para explicar lo que entendemos por escritor proscrito: “Una ordenanza prohibiendo el uso de disfraces por la calle”. El escritor Proscrito usa siempre disfraz en la calle y cree que existe una ordenanza prohibiéndoselo. Llama la atención la coincidencia tan frecuente entre ser un escritor proscrito y un tipo extravagante, ya sea mediante el exhibicionismo, el dandismo, malditismo, el tocapelotismo, o cualquier otra forma de extravagancia. Desde el exhibicionismo de Ramón Gómez de la Serna, pasando por el dandismo de Maupassant o Larra, hasta el malditismo de Rimbaud, los escritores proscritos han usado casi siempre disfraz.
Los bohemios, en cambio, no llegan a la categoría de proscritos, y eso se revela en que son incapaces de ascender a la sofisticación del disfraz y sólo se adornan con su propia mugre. Los bohemios odiaban a Emilio Carrere porque llevaba disfraz, no porque comiera todos los días –que tampoco lo hacía-. El bohemio, más allá del tipo, es una nube constante de moscas sobre el pastel de la literatura y sólo en ocasiones se ha reparado en él, porque no merece la pena. Existe una continuación de aquellos bohemios de la Puerta del Sol, que llegaron hasta la República: hubo yonkis en la movida que los reencarnaron y hoy, tal vez, se encuentren entre los movimientos contraculturales más tronados y agrios. Siempre cerca de Lavapiés.
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