por Marisol Oviaño


El trabajo de un profesor de escritura es sacar lo mejor de cada alumno, y eso pasa por ayudarle a encontrar su voz propia.

—Tu vanidad me da lo mismo, tú no importas —suelo decir el primer día de clase. Entonces ellos se rebullen, incómodos, en sus asientos—. Lo que importa es la obra, que es lo que sobrevivirá. Y si para lograr que sea buena tengo que machacarte, no dudes que lo haré.

Esta tarde he visto la película El editor de libros  , y me he sentido completamente identificada con el personaje que interpreta Colin Firth  en el papel de Max Perkins, editor de Thomas Wolfe —y descubridor de Steinbeck , Fitzgerald y Hemingway —interpretado por Jude Law.

Max Perkins supo ver el grandísimo talento de Wolfe, que sufría de una incontinencia narrativa que le impedía distinguir lo importante de lo accesorio y, por tanto, sintetizar. Y tuvo la paciencia y la energía necesarias para trabajar con el autor en acortar, pulir y corregir el, hasta entonces, desmesurado  manuscrito de Wolfe.

Si eres escritor, si estás en ello o si solo estás pensando que cualquier día vas a escribir algo, te recomiendo que veas esta película. Hay en ella mucha verdad sobre el  aprendizaje y el trabajo literario, sobre la relación e influencia de los editores en la obra final de sus autores.

Ya no estamos en la época en la que las editoriales eran grandes industrias que se podían permitir mimar y guiar a autores con talento desbocado. Hoy, ese trabajo lo hacemos los humildes profesores de escritura y los asesores literarios, que luchamos a brazo partido con cada escritor, a veces contra ellos mismos, para que su voz propia se desenrede de la maraña creativa y brille.


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