por José Carlos Rodrigo Breto

Después de una de esas extrañas travesías que experimentan algunos libros por el desierto de los volúmenes descatalogados, de forma incomprensible la mayoría de las veces, una de las obras fundamentales de la narradora húngara Agota Kristof ha podido abandonar ese reino de las tinieblas para volver con nosotros tras una oportuna reedición de Libros del Asteroide.

Antes de abordar cualquier consideración crítica acerca del texto de Agota Kristof, hay que centrarse en ciertos aspectos fundamentales que mediatizan la lectura de esta nueva edición. Puede que el profano en estos asuntos se sorprenda un poco, pero la verdad es que la húngara jamás escribió una obra con ese título de Claus y Lucas . Así que, nunca mejor dicho, vayamos por partes.

La edición de Libros del Asteroide incluye tres secciones: El gran cuaderno, La prueba y La tercera mentira. Esto, que a simple vista podría parecer una división de la obra Claus y Lucas es, realmente, la recopilación de los tres volúmenes independientes que la autora publicó con los personajes de Claus y Lucas como protagonistas. En concreto, los dos hermanos juntos para el primer libro, solo Lucas para el segundo y de nuevo ambos en el tercero, aunque ese último tal vez sea más un libro de Claus.

Agota Kristof editó estas obras como tres novelas completamente independientes en los años 1986, 1988 y 1992. Y fueron recopiladas en 2007 por la editorial de El Aleph para el mercado en castellano en un solo volumen, bajo el título aglutinador de Claus y Lucas , que después terminó descatalogado. Esta edición es la que ahora recupera Libros del Asteroide. ¿Qué problemas y qué virtudes nos encontramos al juntar tres novelas con el objeto de ser leídas de un tirón y que, originalmente, se publicaron con una diferencia de seis años?

Indudablemente, la serie narrativa gana en cohesión al presentarse junta e integrada como un solo libro de tres partes, pero esto, a la larga, y al estar los textos concebidos como unidades autónomas, también muestra algunas grietas. Y esas grietas provienen del significado y del peso casi monstruoso de la primera novela de la saga, El gran cuaderno, en comparación con las otras dos.

El gran cuaderno es la novela de Claus y Lucas, sin duda, y el libro por el que Agota Kristof, en su debut literario, alcanzó la fama y que no pudo superar (algo, por otra parte, bastante habitual en muchos grandes escritores, que son incapaces de repetir aquella primera obra que los lanzó al éxito). Con esta novela recibió el Premio Europeo de literatura francesa —no hay que olvidar que la obra estaba escrita originalmente en francés, dado que Agota Kristof se exilió de la Hungría comunista a Suiza— y fue traducida a más de 30 idiomas.

Quizás esa lengua nueva en la que redactó El gran cuaderno tuviera mucho que ver a la hora de presentarnos un estilo limpio, directo y escueto, sin florituras ni frases complejas, que en principio sirve para situar en primera línea la violencia descarnada de la historia de los dos hermanos, que además nos la cuentan amparados en un “nosotros” que, si bien no es una excepción dentro del mundo de la literatura, hay que confesar que tampoco es muy común en la narrativa.

Ese “nosotros” en el cual se cuentan los acontecimientos de esta primera novela, quizás sea el mayor acierto de la húngara. Otro, como ya he dicho, es el lenguaje seco y sarmentoso, escueto y casi angustiosamente escaso, que transforma el acontecimiento, por mínimo que sea, en un suceso con una atracción descomunal.

La historia de los dos hermanos gemelos que son dejados por su madre en la casa de campo de la abuela a causa del avance de la guerra y de la invasión de los extranjeros (Segunda Guerra Mundial y nazismo, la ocupación alemana que nunca se llama por su nombre en El gran cuaderno), se centra en la enconada lucha de los chavales por conseguir una supervivencia a toda costa, una forma de subsistir en la que ambos se comportan como una entidad única.

De esa manera, sus decisiones de curtirse de las formas más bárbaras para hacerle frente al salvajismo los van deshumanizando y convirtiendo en unos seres que se enfrentan al padecimiento como si fueran autómatas. No sienten hambre, ni frío, ni dolor, ni fatiga, ni sueño. Han llegado a un monstruoso nivel de autocontrol necesario para abrirse camino en la terrible realidad de la guerra, y en la tremebunda era de la posguerra bajo la ocupación soviética (que, por cierto, Kristof tampoco menciona por su nombre).

El impacto, el destrozo que nos causa la lectura de El gran cuaderno, opaca un tanto la siguiente parte, La prueba, que además abandona esa narración en “nosotros” para desplegarse en tercera persona, con profusión de diálogos y descripciones que nada tienen que ver con la novela inicial de la saga.

La prueba es una gran novela, pero sufre al encontrarse la segunda de la fila, al aparecer tras El gran cuaderno, dado que ninguna otra de las producciones de la húngara podrá ni acercársele. La prueba, si la entendemos como en su día la recogió el lector, es decir, como un libro autónomo con personajes comunes al libro anterior y publicado un par de años después, podría funcionar mejor. Es la historia de Lucas, el reencuentro del público con uno de los hermanos justo en el lugar en donde se le dejó al término de El gran cuaderno, y a los lectores hasta pudo resultarles agradable volver a saber de él.

Sin embargo, La prueba va tomando cierto sesgo de folletín en algunos aspectos, extravía lo impactante y descarnado de la primera novela para procesarlo de forma algo tremendista; esa voz en tercera persona que tal vez no chirriaría en su secuencia natural (con dos años de carencia de por medio con la primera novela) aquí, en Claus y Lucas, al aparecer de seguido, produce ya una cierta decepción.

La prueba es un buen libro si lo aislamos y nos sacudimos la influencia de El gran cuaderno, pero evidentemente ya es otra cosa. No es un texto deslumbrante producto de la genialidad sino una obra trabajada con oficio que tiene demasiadas ganas de escorarse hacia lo dramático, algo que tan escuetamente estaba perfilado en el libro anterior. Si El gran cuaderno es un puñetazo directo al hígado que puede hacernos vomitar, La prueba, en sus partes más conseguidas, se queda en la impresión de un remojón con un cubo de agua helada.

Y después, La tercera mentira, en donde Agota Kristof pretende terminar la trilogía de Claus y Lucas añadiéndole un toque de genialidad metaliteraria que me parece demasiado impostado, o forzado: un doble tirabuzón, tal vez innecesario. No dudo que pudo funcionar con su cadencia natural (publicada seis años después de El gran cuaderno y a cuatro de La prueba), pero que colocada la última de la fila de la trilogía, deja al lector perplejo y desorientado y, esto es lo peor, mancha el excelente gusto y recuerdo que permanecía de El gran cuaderno y que se mantenía intacto tras la lectura de La prueba.

La tercera mentira es una novela que ejerce de goma de borrar, que argumentalmente destroza todo lo que hemos leído anteriormente —y no pretendo hacer ningún spoiler, de verdad—, para dar fin a la trilogía de una forma extraordinariamente forzada.

Así que cerramos el volumen de Claus y Lucas con la cabeza caliente y los pies fríos. Rápidamente, volvemos a saborear el impacto inicial de la lectura de El gran cuaderno, y el regusto de algunos pasajes realmente notables de La prueba; lo hacemos como si nos agarrásemos a un salvavidas, porque a la conclusión de La tercera mentira no sabemos muy bien en dónde meternos.

Supongo que es precisamente ese estado de confusión al que nos quería conducir la autora con la tercera parte de la trilogía, exactamente a ese, así que bien por Agota Kristof que lo ha conseguido. ¿Pero era necesario? Y, sobre todo, ¿a costa de casi invalidar su obra maestra? Insisto, este cúmulo de sensaciones quizás no se manifestase así en un lector que hubiera respetado los tiempos naturales de edición originales, y tal vez el guiño metaliterario funcionase, acaso no a la perfección, pero no cabe duda que mucho mejor que leyendo las tres obras del tirón.

Con La tercera mentira hemos pasado del puñetazo en el hígado y del cubo de agua helada a un molesto picor que no cesa por mucho que nos rasquemos. La tercera mentira es una molestia, una molestia tal vez necesaria, seguro que para la autora fue una molestia hasta obligada, pero molestia al fin y al cabo, y es el producto de ese afán por dar un cierre a la trilogía y a los personajes que alcanzase más allá de lo normal para convertirse en un colofón metaliterario y autorreferencial.

Un colofón que tal vez no sea bien recibido por algunos lectores, desde luego, pero tampoco podemos pasarnos de puristas; en cualquier caso, esta era la intención de Agota Kristof, y de tal manera estructuró las obras. Por eso, un buen consejo, así lo creo de verdad, es leer y devorar, incluso varias veces, la incomparable El gran cuaderno, y permitirnos que transcurra el tiempo, tal vez unos años, para continuar con la segunda lectura y, finalmente, con la tercera.

En mi ánimo está la recomendación de que se hagan con este Claus y Lucas reeditado por Libros del Asteroide. Conseguir las tres novelas por separado se me antoja tarea imposible (y no digo ya encontrar solo El gran cuaderno). De esta forma, podemos tenerlo sobre la mesilla de noche o la mesita del salón y saborearlo con el paso del tiempo, añejándolo, con la entera confianza de que la trilogía nos impondrá sus sabios tiempos de espera entre lecturas.

Y si no pasamos más allá de El gran cuaderno, pues tampoco ocurre nada. Habremos disfrutado de una de las mejores y más impresionantes lecturas de finales del siglo XX. Solo por eso, ya merece la pena la primorosa recuperación que ha realizado la editorial Libros del Asteroide.

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