por Marisol Oviaño


Después de leer tantas críticas elogiosas, tenía muchas ganas de leer Un amor, de Sara Mesa, publicado por Anagrama.

Un amor está muy bien escrita y cuesta trabajo dejar  su lectura; Sara Mesa es una maestra a la hora de dosificar la información y sabe mantener la atención del lector. A pesar de que la historia se desarrolla en un pueblo muy pequeño, su autora la aborda como si fuera una trama de suspense y maneja con gran inteligencia un admirable estilo contenido, en el que lo que se calla es tan importante como lo que se dice. Solo por eso merecería la pena leerla. Me ha tenido enganchada desde el principio y,  en algunos momentos, incluso ha llegado a emocionarme.

Pero no me he creído la historia y, además, la protagonista me caía fatal. Sin embargo, veía que en la mayoría de las entrevistas hablaban de ella como de una pobre víctima.

El otro día, hablando del tema con un cliente, él dijo:

—Esa pobre mujer, a la que todos los hombres acosan…

Ese comentario me dio la medida en la que Sara Mesa se ha llevado al huerto a muchos lectores. Sin embargo yo, que soy muy rara, no he podido empatizar ni un solo minuto con ella. De hecho, escribí esta crítica hace tiempo y preferí dejarla reposar: temía ser el coche que va en dirección prohibida pensando que son los otros quienes van en sentido contrario. Pero en una clase del taller de escritura surgió el tema, y descubrí que no soy la única que no se ha creído Un amor. Somos unos cuantos.

Sinopsis 

Nat es una traductora comercial que deja su carrera —por un problema que tardaremos bastantes páginas en conocer— para dedicarse a la traducción literaria. Y, como no puede permitirse otra cosa, se va a vivir a La Escapa, un pueblo pequeño, feo y sin ningún atractivo. No sabemos nada de su vida anterior, pero desde la primera página entendemos que no está celebrando un cambio de vida, sino intentando sobrevivir a él.

Al hacerse de noche es cuando cae el peso sobre ella, tan grande que tiene que sentarse para coger aliento.

Fuera el silencio no es como esperaba. De hecho, no es silencio. Hay un rumor lejano, como de carretera, aunque la carretera más cercana es comarcal y está a tres kilómetros de distancia. También se oyen grillos, ladridos, el claxon de algún coche, los gritos de un vecino arreando el ganado, ya de recogida.

Era mejor el mar, aunque también más caro. Fuera de su alcance.

¿Y si hubiera aguantado un poco más, ahorrado un poco más?
Prefiere no pensar. Cierra los ojos, se deja caer con lentitud en el sofá, quedándose con medio cuerpo fuera, una postura antinatural que le producirá calambres si no se mueve pronto. Se da cuenta. Se tumba como puede. Se adormila.

Es mejor no pensar, pero los pensamientos llegan y se deslizan a través de ella, entrelazándose. Intenta que salgan a la misma velocidad que entran, pero se le acumulan en el interior, un pensamiento sobre otro. Ya ese empeño —esforzarse en que entren y salgan y no se acumulen— es de por sí un pensamiento demasiado intenso para su cabeza.
Cuando consiga el perro será más fácil.
Cuando organice sus cosas y coloque su mesa y adecente los terrenos que rodean la casa. Cuando riegue —qué seco está todo— y limpie —qué descuidado—. Cuando refresque.

Será mucho mejor cuando refresque.

Su casero, un hombre grosero, caradura, abusón y violento, comprende enseguida que ella no se defenderá y le impone su manera de hacer las cosas. Incluso llegará a amenazar con violarla.

Un día de lluvia torrencial, Nat descubre que la casa tiene goteras. Y el casero, por supuesto, se niega a arreglarlas. Entonces Andreas, el alemán, le propondrá un pacto muy simple: le arreglará el tejado a cambio de sexo.
Al principio, Nat se niega.
Pero bastará que llueva un poco más para que acuda a buscarlo. Y lo que en principio iba a ser un intercambio de favores puntual, acaba convirtiéndose en una relación sexual con la que Nat se obsesiona.

La protagonista de Un amor

A pesar de que ya no es una chiquilla, Nat se comporta como una niña pequeña. Se arruga ante el más mínimo contratiempo, no sabe hacer valer sus derechos como inquilina,  no cumple con su trabajo, no asume ninguna responsabilidad, no tiene criterio y siempre se pone en manos de los demás, a los que no entiende:

Es ella, la susceptibilidad de ella, la que la lleva a entender todo desde el ángulo erróneo

Nat es de ese tipo de mujeres que no han terminado de salir de un problema cuando ya se están metiendo en otro, que ven segundas y terceras intenciones ocultas donde no las hay, que le dan mil vueltas a todo para acabar tomando en un arrebato la peor decisión.  Es impermeable a la responsabilidad: si roba  y la perdonan, la culpa es de quien la perdona; si firma un contrato que no se ajusta a lo acordado, la culpa es del casero; si se obsesiona con Andreas, la culpa es de Andreas;  si trata al perro como a una persona y el perro se comporta como el animal que es, la culpa es de la persona a la que el chucho ha atacado, etc.

Desde mi punto de vista, Nat personifica el victimismo tan en boga en nuestros días: la culpa siempre es de los otros. Cualquier adulto —y no digamos ya cualquier mujer adulta— podría darse cuenta de que Nat es una persona «tóxica», de esas de las que es mejor mantenerse alejado. Entonces, os preguntaréis: ¿cómo ha conseguido la autora que muchos lectores vean a Nat como una vítima? Eso es lo que os voy a explicar a continuación.

El ruido de fondo de la voz narradora

A medida que avanzaba en la lectura, se iba haciendo presente un molesto ruido de fondo que no dejó de sonar a lo largo de toda la novela y que proviene de la voz narradora.

En teoría hay un narrador omnisciente, pero este no actúa como tal, sino como  un narrador en primera persona. ¿Cuál es la principal diferencia entre ambos? El narrador omnisciente es como Dios: todo lo ve y lo sabe todo de todos; así, puede contarnos lo que piensa y siente cada personaje. El narrador en primera persona, en cambio, habla desde sí mismo , y no puede saber lo que piensan o sienten los otros personajes si estos no se lo cuentan o si no se entera por otros medios.

En Un amor la autora utiliza un narrador omnisciente (Dios), pero este no actúa como tal, pues en ningún momento sabemos lo que sienten o piensan los otros personajes; y tampoco nos cuenta la verdadera situación de Nat, una mujer que parece estar completamente sola en el mundo: no parece tener familia —creo que en algún momento se nos habla de la madre muy de pasada y sin aclararnos gran cosa— ni relaciones amorosas, no recibe llamadas ni visitas de amigos… La poca información que recibimos de su vida anterior está diseminada —de manera tan sucinta que parece escondida— a lo largo de la novela, y casi da la sensación de que la autora nos la proporciona a regañadientes.

De modo que tenemos una voz narradora omnisciente que no nos cuenta todo lo que nos debería contar,   y que nos narra todo desde la perspectiva de Nat.  Lo lógico en ese caso habría sido utilizar un narrador en primera persona y que fuera la propia protagonista la que nos contara su historia. Pero entonces nos habríamos dado cuenta de que, lejos de ser una víctima, es una persona peligrosa para todos los que la rodean, y la novela no se habría sostenido. En alguna entrevista, Mesa reconoce que escogió deliberadamente negarnos la posibilidad de acceder a la intimidad de los otros seres que pueblan Un amor. No sé si a esto se le puede llamar hacer trampa.

Con este, llamémosle truco, la autora consigue que los personajes con los que Nat tiene trato queden reducidos a lo que los miedos de ella ven. Incluso llega a asustarse de la fijeza con la que la mira Píter, que en este cuento de caperucita urbanita sería el perrito faldero. Y, si bien ninguno —ni ellos ni ellas— sale bien parado, Mesa logra que veamos a los hombres como depredadores, animales que se mueven exclusivamente por instintos primarios:  quieren sexo, quieren comer, quieren dominar… Sólo en el desenlace —a través de los breves diálogos— podemos atisbar un poco lo que sienten los hombres que la rodean, que hasta entonces habían estado silenciados. Pero, para entonces, Nat ya se ha coronado como la gran víctima.

De ese modo, Nat aparece a  ojos de muchos lectores como esa pobre mujer, a la que todos los hombres acosan. ¿Era esa la intención de la autora?  ¿Quería Mesa que viéramos a Nat como una mártir frente a los hombres o ha trampear con la voz narradora sólo ha sido un recurso para mantener el interés de la trama y tenernos pegados a las páginas? No sabría deciros,  después de leer y ver varias entrevistas con la autora, no ha terminado de quedarme claro si quería demonizar a los hombres o si los hombres sólo han sido un literarial daño colateral. Pero no puedo dejar de cerrar este artículo con esta frase de Sara Mesa en Infolibre:

“No he escrito un libro con una orientación de género explícito… aunque creo que no se puede escribir un libro sin una orientación de género hoy.”

¿Vosotros qué opináis?

 

 

 

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