por Miguel Pérez de Lema


¿Qué falló para que Miguel Espinosa  no fuera el gran escritor de referencia de la transición y hoy ya sólo lo recordemos unos pocos? Cuando en 1974 se publica su monumental Escuela de mandarines, el cotarro hizo todo lo que pudo para ponerla en órbita. Contó con el apoyo directo de personajes clave como Tierno Galván, Aranguren, y el crítico Juan Ramón Masoliver, que maniobró para que la novela recibiera el premio Ciudad de Barcelona. A estos se sumaron otros grandes nombres de la crítica que no escatimaron los merecidos elogios a una obra única.

Pero la novela no tuvo éxito. Y hoy es una rareza fuera del catálogo de alguna gran editorial, que sobrevive en manos la benemérita editora regional La fea burguesía, tras haberse caído de Alfaguara.

El público dijo no, ante un tocho de más de 600 páginas, que comienza con más de 40 de ellas dedicadas solo a la relación de personajes, que incorpora innumerables notas a pie de página, algunas casi tan largas como uno de los capítulos, y que, en general es una apología del exceso manierista en todas sus variantes posibles.

Espinosa  trabajó durante casi dos décadas en varias versiones de su obra magna, iniciada durante sus estudios de derecho en Murcia, en la que fue adentrándose en un universo único de metáforas cada vez más complejas contra el poder. Lo que quizá pudo iniciarse casi como una broma privada de un joven ante la rigidez del mundo de los adultos, satirizando la estulticia y la soberbia de los “mandarines provincianos” de su propia facultad, fue adquiriendo el grosor y la hondura de una enmienda a la totalidad de las relaciones humanas y las estructuras de dominio, que son universales y atemporales.

En su momento, se quiso destacar el sesgo político de la obra, su anti franquismo, en el que se agrandaban las miserias de un régimen enquistado y decadente, que se hacía especialmente visible en la actitud de sus “mandarines” provincianos, aferrados a sus pomposos cargos y a las polvorientas reglamentaciones de las estructuras.

El propio Espinosa reconocía abiertamente haberse inspirado en esos despreciables catedráticos que continuaban caminando y no se dignaban a devolver la mirada a los jóvenes y temerosos estudiantes que se les acercaban por los pasillos de la Universidad a hacerles alguna consulta.

Pero, siendo cierta la clave de sátira inmediata, se queda muy pequeña y desmerece el logro artístico de la novela. Leída hoy, la carga sigue vigente porque es más honda y universal que una crítica coyuntural. Régimen y mandarines, en el fondo, siempre los ha habido y siempre los habrá. Y en España, probablemente, más.

Quizá por eso la novela transcurre en un mundo imaginario, fuera del tiempo, y quizá también por su naturaleza libertaria se resiste a cualquier concesión al lector, o a seguir incluso una estructura narrativa convencional que lo contenga. Espinosa, podría pensarse, se ciñe únicamente a la descripción de ese universo delirante, obsesivo, cómico y estúpido, donde lo importante es la minuciosidad del detalle, la precisión en el retrato de las normas absurdas que ahogan cualquier acción o trama.

No es esta una novela que pueda atraer a los lectores con una sinopsis, porque conteniendo en ella todo un mundo, apenas ocurre nada, y sobre todo, nada ocurre de la forma en que esperaríamos que aconteciera en una novela. Podemos, sí, decir que Escuela de mandarines narra el viaje del Eremita, desde sus tierras, hasta la capital del Reino de Feliz Gobernación, con el propósito de combatir la mentira. En este viaje, lleno de encuentros, se ve confortado por el recuerdo de Azenaia, su amada, símbolo de cuanta belleza y bondad hay en el mundo. Pero decir eso ya es crear alguna clase de falsa expectativa, y es peor que no decir nada, es despistar.

Con Espinosa, no cabe más que adentrarse sin ninguna idea preconcebida de lo que es la literatura. Ese es su valor extraordinario, constituye en sí misma un género único e irrepetible que no responde más que a su propia libertad creativa.

Podemos encontrar ecos de clásicos como Gargantúa y Pantagruel, Los viajes de Gulliver, Alicia en el país de las maravillas e incluso Kafka, y del teatro del absurdo desde Ubú Rey hasta Arrabal; y, sobre todo, de Quevedo  y sus “sueños”. Pero decir todo eso, con ser cierto, de nuevo, no es más que despistar.

Aquellos que acepten la premisa de no esperar nada y dejarse llevar solo por un ingenio sin ataduras y completamente diferente a todo lo que se haya conocido, y que además amen el idioma español y gocen con su infinita capacidad de reinventarse, serán bienvenidos y obtendrán su premio.

Para ellos, esto no será una novela, será una experiencia. Este libro será un objeto mágico que conservar, con el que reírse, desesperarse y asombrarse, y al que acudir, con el paso de los años, de vez en cuando, libres de las ataduras del principio-nudo-desenlacismo, abriéndolo al alzar por cualquier página para caer de nuevo en el asombro, hasta que el agotamiento les aconseje dejarlo dormir otra temporada en la estantería de los clásicos.

Espinosa afirmó que “mandarines” retrata “el pasmo ante macro cosmos”, pero una novela, para guiar al lector, conviene que ordene algún “micro cosmos”.

¿Habría sido distinta la suerte de Espinosa con la mano de un editor que tratara de simplificar la novela, que hubiera animado a Espinosa a introducir algún hilo de incertidumbre y acción que animara su lectura? ¿Había sido un atentado artístico o una sabia decisión que ayudara a comunicar este talento extraordinario con un público mas amplio?

Nunca lo sabremos.

Sabemos que el novelista murciano no fue feliz, que se sintió abandonado tras ese casi primer éxito, que rehusó a ejercer la penosa vida madrileña de escritor logrero (donde por otra parte, pintaba poco) y que se refugió en su provincia, ejerciendo algún oficio y escribiendo varias novelas más, que aunque ya eran más convencionales, tampoco tuvieron éxito, a pesar de que han contado ya en este siglo con el prestigio editorial de Siruela.

Espinosa murió poco después, en el año mundialista del 82, dejando varios inéditos, y no hubo, precisamente, bofetadas para hacerse con los derechos de publicación.

Finalmente, nos hacemos otra pregunta que no sabríamos contestar, casi mas porque tememos saber la respuesta y no nos gusta, que por desconocimiento de la materia: ¿Se publicaría hoy una novela como esta?


Si este artículo os ha despertado el interés por Espinosa, podéis verle aquí en una entrevista en el programa de TVE «Encuentro con las letras» acerca de  Escuela de Mandarines. 1981.

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