por Marisol Oviaño

(Recuerda que esto es un «picoteo» , no una crítica)

Acabo de leer el primer capítulo de Hijos de febrero, de Alan Parks, publicado por Tusquets en la serie Harry McCoy de la colección Andanzas.
No conocía a Parks, mi fuerte no es la novela negra -aunque la leo con gusto-. Pero algo leí sobre el autor que me llevó a pedir este libro.

Estoy escuchando a Nouvelle Vague mientras, al otro lado del escaparate, la lluvia cae en diagonal empujada por el viento. Hace el mismo tiempo que en el primer capítulo de Hijos de febrero. Aunque esto no es Glasgow ni estamos en los años 70. 

Me cae bien McCoy, que está fumando un porro, bebiendo cerveza y bailando con su chica cuando un policía como «un armario de dos cuerpos» va a buscarle: ha aparecido un cadáver, obviamente asesinado, en la azotea de un edificio en construcción.

A Parks le ha bastado un capítulo para obligarme a vencer la tentación de seguir leyendo -otros libros esperan su turno-. Personajes potentes, diálogos ágiles e ingeniosos, situaciones que despertarían la curiosidad de cualquiera y, sobre todo, la promesa de que lo mejor esta por venir.

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