por Marisol Oviaño


Escribir es mirar, un escritor sólo es una mirada.

Por eso me preocupo cuando algún alumno del taller, después del primer mes —en el que escriben a partir de las pautas que les he marcado— y de recuperar la libertad creativa, me dice:

—Por favor, ponme deberes, que a mí no se me ocurre nada.

Escribir resulta más fácil si has leído mucho, si tienes un léxico amplio, una sintaxis fluida y cierta capacidad para elaborar metáforas.
Pero de nada te sirve todo eso si no tienes nada que contar.
Y cuando algún alumno insiste en que necesita directrices para empezar a escribir, comprendo que tengo que enseñarle a mirar.

—¿Y cómo se hace eso? —pregunta entonces con cierta ansiedad— ¿Cómo hay que mirar?

Todo se puede escribir. Desde una batalla a la caída de una hoja de árbol, pasando por una conversación que has oído en la frutería. Es tu mirada lo que  convierte lo anodino en literatura. Pero para ello tienes que ir con los sentidos abiertos, tienes que ser agujero negro que todo lo absorbe, tienes que ponerte en modo escritor.

—¿Y cómo lo hago?

Es fundamental comprender que todo es material para escribir. Las ideas pueden surgir de cualquier parte: de una charla entre adolescentes que has oído en el autobús, de una pareja de ancianos que camina de la mano, del mendigo que duerme en el cajero, incluso de la imagen que ves en el espejo. La literatura está en todas partes, es la vida esperando que la escribas.

Algunos escritores sólo necesitan mirar dentro de ellos mismos, pero  el resto encuentra motivos de inspiración en los demás. Leer para inspirarse también es una opción, pero es en la realidad —y no en los libros— donde se encuentra la materia prima. Por eso es necesario que vivas como un receptor infatigable  y que mires como quien está grabando una película. También es muy importante escuchar  con atención, estudiar cómo hablan los otros y qué refleja esa manera de hablar;  no sólo te surtirá de infinitas ideas: además, te ayudará a construir los personajes.

Ejemplo: ¿Por qué la cháchara de A te impacienta sobremanera y, sin embargo, te encanta escuchar a B? Porque A nunca acaba una frase, construye su discurso con coletillas y lugares comunes “sabes, ¿no?”, “en plan…” “eso es como todo”. Y B, por el  contrario, elabora frases complejas que fluyen sin esfuerzo porque tiene ideas propias ¿Por qué A y B hablan como hablan? ¿Qué infancia tuvo A? ¿Y B? ¿Tiene A pareja? ¿Y B?… Preguntarte por los demás arrastrará un montón de ideas.

Ser escritor no es sentarte unas horas a la semana a  ser esa otra persona que eres cuando escribes, ser escritor es estar enchufado siempre a la realidad.  Puede parecer difícil de cumplir, pero en cuanto empieces a practicarlo, lo harás sin darte cuenta; lo he visto en muchos de mis alumnos. La escritura no es una actividad inocua, cambia a quien la practica.

Luego  hay algunos asuntos más terrenales que también pueden ayudar: pasear, elegir ese disco tan evocador, servirse un vino y sentarse a escribir sin una idea clara, dejándose llevar.

Pero lo fundamental sigue siendo mirar:
¿Dónde está el libro de la fotografía que ilustra este artículo?
¿Quién es su dueño?
¿Se ha ahogado en el mar?
¿Eso es todo lo que la policía ha encontrado de él?

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