por José Carlos Rodrigo Breto

serotonina

Un amplio sector de la crítica viene manteniendo que una de las principales peculiaridades de la prosa de Michel Houellebecq se caracteriza por su capacidad para adelantar acontecimientos, sucesos que siempre vienen de la mano de problemas sociales. Esto, evidentemente, nace de la prodigiosa capacidad del autor para entender los signos alarmantes que rodean nuestra actualidad.

De esa forma, en Ampliación del campo de batalla (1994) ya anticipaba la profunda crisis de la sociedad que se aventuraría en el siglo XXI completamente desarraigada y con la identidad perdida. Después, en Las partículas elementales (1998), avanzó la corrupción social, la pederastia y el turismo sexual. En Lanzarote (2000) y en La posibilidad de una isla (2005), apareció el Houellebecq más distópico, centrado en la respuesta de las sectas como sustitutivo al desastre moral que nos planteaba el nuevo milenio. Todo ello se sublimó en Plataforma (2001), autentica obra maestra del autor y cumbre de su visión distópica y también anticipativa: en este caso fueron los grandes atentados integristas, las brutales masacres que han marcado nuestro devenir futuro enfermo de miedos.

Desde aquí, y con la publicación de El mapa y el territorio (2010), apareció un nuevo Houellebecq que se incluía en el interior de la narración, que incluso se asesinaba en el libro como una forma de reaparecer renovado como escritor en la que sería su siguiente novela. Esta trasformación del autor significó un cambio importante en la forma de aproximarse a sus grandes temas. Desde ese momento, estaremos ante un Houellebecq mucho más moderado, interesado en el estudio introspectivo del hombre y sus anhelos frustrados. Menos provocador, pero más hiriente a la hora de exponer la realidad, sin necesidad de atajar por los caminos de lo soez o lo políticamente incorrecto como una necesidad imperante a la hora de mostrar el mensaje.

Por lo tanto, en Sumisión (2015), la demoledora distopía de una Francia gobernada por un Gobierno integrista musulmán, nos provoca la inquietud a causa del motivo que desencadena ese viraje político. De la mano de un autor clásico como Huysmans, que de su vida hizo un compendio de monotonía y pesimismo, Houellebecq anuncia un futuro incómodo y perturbador, en donde la consecución del bienestar social es posible tras renegar de las creencias propias (que realmente no existen) y de admitir cualquier sistema, en este caso religioso, que facilite una vida más sencilla. Es el colmo de la pérdida de identidad y del desarraigo; Houellebecq, en Sumisión, se ha incrustado en esa columna de escritores, ya clásicos, que han mostrado al hombre completamente extraviado: Camus, Sebald, Sartre, Handke, Vonnegut, Beigbeder, Grass, Bernhard

De nuevo, la oportunidad nefasta de Houellebecq aparece con Sumisión. La novela coincide con los atentados del Charlie Hebdo y los de París. Por si fuera poco el mensaje que alberga la obra, Houellebecq ha revestido a su prosa de un equipaje visionario, distópico e, incluso, casi apocalíptico.
Sin embargo, y aunque en su nueva entrega, la magnífica Serotonina (2019), también adelante parte de las protestas de los llamados “chalecos amarillos”, en este caso centrados en el malestar del sector agrario francés y en el euroescepticismo imperante, esa no es la revelación terrorífica que alberga el libro y ante la que debemos detenernos consternados.

Lo que anuncia Serotonina, y que viene de la mano de aquella aparición de Huysmans en Sumisión, es la muerte por tristeza y soledad de nuestra civilización. En las entregas anteriores —La posibilidad de una isla o Plataforma, por ejemplo— cierta redención o salvación momentánea podía encontrarse en la búsqueda del sexo rápido y de consumo, pero ahora, para el hombre de las primeras décadas de siglo XXI, esto ya no es posible.

En Serotonina el ser humano está completamente anulado, aniquilado. El sexo, que se basa en contacto e intercambio, ya ni siquiera existe para el protagonista, que evidentemente es un arquetipo que representa a la gran mayoría de lo que somos o de lo que seremos en algún instante de los próximos años. El sexo acaba actuando como la última barrera de incomunicación, y casi cualquier otra actividad es preferible, desde la gastronomía hasta el suicidio. Se ha producido la verdadera ampliación del campo de batalla.

El protagonista de Serotonina comparte el ADN literario con el Mersault de El extranjero, con el Bloch de El miedo del portero al penalti, con el Jacques Austerlitz de Sebald, con el Marc Marronier o el Octave Parango de Beigbeder, con los tipos hastiados de Bernhard. Todo ello se traduce en un comportamiento errático de laissez faire que va sumiendo al personaje en esa nausea de aburrimiento existencial y que degenera en un sentimiento de pena y tristeza insoportables y en una descomunal respuesta física de producción de cortisol.

Este es el verdadero aviso futuro de Serotonina. Vivimos en una civilización que ha perdido los puntos cardinales de su identidad, en la que ya nada importa, en donde la comunicación resulta imposible. Cada persona es una isla, ya no son “la posibilidad de una isla”, ahora son islas concretas, individuales y asoladas por la desesperanza. Islotes de cortisol y bandejas de comida preparada para ser consumidas frente al televisor poco antes de irse a dormir.

Houellebecq nos advierte del camino que hemos emprendido en dirección hacia nuestra propia aniquilación. Un futuro individual, desintegradas todas las relaciones humanas, en donde el Estado será un engranaje totalizador de las frustraciones de cada persona. Los individuos, arrastrados y arrojados a las orillas más remotas de la convivencia, se verán reducidos a comportamientos desesperados que terminarán con el mayor acto posible de individualismo: el suicidio o tal vez el crimen, un tema recurrente en Beigbeder, en el propio Houellebecq de Las partículas elementales, y en parte de esta narrativa de violaciones y sangre del nuevo siglo, encabezada por Emmanuel Carrére con El adversario, entre otras obras.

No cabe ninguna duda de que con Serotonina estamos ante una de las mejores novelas que se han publicado en lo que llevamos de siglo XXI, una de las más preclaras aproximaciones del lugar hacia donde nos dirigimos, y una de las grandes novelas de Houellebecq. Aunque en este sentido, el autor francés ya ha entrado en una especie de estado genial en donde poco importa si el libro es mejor o peor que los demás, porque su excelencia radica en una serie de intangibles que siempre adornan sus construcciones literarias.

Es decir, Houellebecq, desde El mapa y el territorio, se instala por méritos propios en el terreno de los clásicos, y nada podrá sacarlo de allí. Cuando se hable de algunas novelas que hayan permanecido en el tiempo extinto de lo que fue el presente siglo, Serotonina, por todo lo que representa, lo que contiene, y lo que revela, será una de ellas.

Ahora cabe preguntarse si el ser humano futuro, pero de un futuro próximo, se dejará morir de tristeza ante el hábitat de incomunicación y crueldad que ha creado, ante el fracaso de las relaciones personales, podridas para siempre. Si éste será el acierto, el nuevo acierto contenido en la novela de Houellebecq, más allá de esas revueltas de los “chalecos amarillos” y de la tempestad social.
Y si eso nos va a ocurrir, entonces, cabe preguntarse los motivos por los cuales hemos permitido masacrarnos en los altares del egoísmo, de la individualidad, donde la empatía que se nos atrofió ha terminado por convertirnos en analfabetos sentimentales. Houellebecq nos sirve unas raciones frías y desagradables, pero extraordinariamente necesarias, de esta realidad que nos condena al ahogo en el interior de la larga flema, de la enorme nausea de la tristeza que ahora nos produce el sentirnos humanos. Porque odiamos el tipo de humanos que somos, y el tipo de humanos en el que estamos a punto de convertirnos. Esa es una de las claves de Serotonina y, tal vez, aquella que la convierte en una novela tan imprescindible. Casi es un faro, un aviso para navegantes que ya están condenados a reventarse contra las rocas de su inhumanidad insoportable.

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